miércoles, 27 de junio de 2012

Despedida.

Aula vacía. Sólo la pizarra era testigo de los mensajes cruzados entre ellos:
"nunca te olvidaré", "siempre seremos amigos"; otros, con más suerte, "nos veremos después del verano".
Reconozco esa sensación de vacío en el centro del pecho, allí donde se registran las emociones reservadas a alguien que ha sido tu confidente, tu amigo.
Las despedidas de los chicos de  doce años están llenas de ternura, de alegría, de lágrimas de lluvia, de la que disfrutamos al mojarnos extendiendo los brazos y corremos a refugiarnos bajo el árbol.
Lluvia pasajera que sólo reactiva el calor.
Después vendrán otras,  donde tienes la certeza que la despedida será definitiva, y en el recuerdo, grabada  la imagen parada del amigo  diciéndote adiós con la mano.  Lluvia  persistente.


Hay despedidas que perdurarán en nuestro recuerdo con infinito dolor. Pero ya no tendremos doce años.